Un flash, la ráfaga trae a Nuestra Señora del Fresno, etapas atrás, quién lo dijera. El sol achicharra las piedras. Juan Ignacio, el chileno, aduce que tuvo que salir corriendo de sagrado. Un perturbado, uno que no podía seguir con todo, se lanzó sobre él cuchillo en mano; dando gritos, propio de estos casos. El lugar, poco apropiado para manifestaciones lúdicas: el santuario que hasta casi mediados del siglo XIX estuvo a cargo de los caballeros de Jerusalén. Con raíces en el siglo IX, lo que hoy se ve arranca del XVII. Las guías dicen que la cruz pétrea que arrostra el cementerio traduce que estamos en el Camino de Santiago. Juan Ignacio salió por piernas del destino para el que había salido de su patria; dejó en el pórtico su mampostera mochila y, como príncipe de la iglesia, cubrió la entrada porticada y salió al Camino ya libre de acechanzas; quizá el milagro anónimo al no haber periodistas; esquivar a un alucinado gracias a la Virgen del Fresno, bien enclavada, por cierto, en su colina. Juan Ignacio volvía recurrente como lo que se deja atrás sin remedio; sin posibilidad de ajustarnos las cuentas. En realidad, se vive lo que no se sabe, gracias a Dios. Toda vuelta atrás, que es el fondo de la sabiduría; el dulce pájaro de la enfermiza lucidez al que nadie le ha visto las plumas. Cuando todo es tan así que no sabes si trastabilla, canta, duerme o vuela. Lo mismo el hombre en su jaula mortal. Nunca se sabrá a qué apunta la voz ni qué se propone cuando sale campo traviesa a cazar razones; de qué manera la forma determina el silencio y no el órgano. Triste verdad dormida. ¿Dónde estás que te has quedado ciega? ¿Se sabrá la luz del día, en qué te encuentras que no te quieras ir? Todo pináculo vende sus cimientos al mejor postor; cae al primer embate de la memoria. La consigna de entenderte en su estuche de cristal. Juventud, divino despilfarro; agujero por donde se va cuanto no has hecho; la ventana que pronto alumbra el silencio; cuanto se va por nada, sin saberlo; sin sentido. Al viento. Todo sabrá a miel cuando se rompa la aurora; cuando la vida no sea ver crecer la luz a hora fija ni en conserva. Nada dañará que no haya matado antes este circo sin payasos. Nunca habrá sorpresas en idea manca manchada de amarillo. ¿Dónde está la gente que soplaba el aguardiente de su vida? ¿El calor que atravesaba el pecho de pensar que hay un comienzo, un destino; que se prosigue algo y al final te dan el nombre que aceptas por todos los que has perdido sin poder contenerlos? Todo vuelve a ser. ¿Dónde va la luz cuando se olvida de ti? ¿Será la vida el caracol que se te pega a tu costado sin reparar en ti? Todo fue una vez que no quiso ser lo abstruso del significado. Todo aventarte es recoger cenizas: nada dispara más el ánimo que una “Smith & Wesson”, le dije al chileno y sonrió. El encuentro, la chispa que apaga la experiencia: llega un momento en que la repetición es todo su aserto. Todo se vuelve contra su centro de gravedad. Sin verlo.

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