El peregrino debe ir solo aunque sea para ver la inutilidad de su vida; sacar del Camino la bandera del enganche de la vida. Acordarse de sí cuando toda trayectoria previa invalida la sombra que te oculta. Su Canosa particular sin crímenes ni imperio ni más ceniza que arrostrar las consecuencias; envolverse en las capas de cebolla con que asfixia la memoria. Ruta de concreción; película que dicen que pasa por tu vida en trance de dejarla o empezar una nueva esperanza; reamueblar la cabeza. Tiempo de cavilar, bordón en mano, mochila moliendo las costillas o calabaza sustituida por cantimplora de “El Corte Inglés”. El Camino remece porque todo se despega de lo que dejas, visiona lo que deambulas. Compulsas recuerdos de lo hecho y deshecho; trozos de añicos. Todo el tiempo del mundo está esperando. Kilómetros y cansancios dispuestos a aparejar conceptos. Cátedra de pasos perdidos. Todo viene a la cabeza; sorprende cuanto fue letárgico y es latente. El vadeo de un río de negras corrientes, la carretera que quema los pies y la búsqueda de un local donde satisfacer el hambre. Esperar la sorpresa. La mejor es la que no existe; la que se da por añadida o hecha para que no alardee más de innovadora. Que la sorpresa no tenga contingencia y vuele sola. Que no dependa de nada, ni de ella misma. Que descanse de nosotros, de las prisas por que venga. Que todo lo sea o nada, se dice el peregrino consciente de que pica el sol; que desbarre entre sí, formen capas de ausencia; de recuerdos que tenemos por la inveterada costumbre de mentir. ¿Para qué este saber que vete tú a saber qué es? Quizá se empuja la vida para buscar lo que no se encuentra. A estas alturas, el peregrino, cubierto de ampollas, se precia de seguir dando pasos de causa propia; panoplia de preguntas que no se hizo por temor o indolencia. Indaga, ahora que está solo y no le oyen, con qué se llena un día; qué hace uno pensando eso en medio de lo que no cuenta. La volátil materia que se hace piedra para que algo no se remeza; se esté quieta de una vez por todas. La muerte también se aquieta por instantes. Es perder el mundo para ganar todo lo demás. El último reducto que tiene vida. Abrir la puerta y ver lo que no hay. La influencia de la vida se descubre cuando está muerta y no fantasea. Significa que una noche ya no podrás abrirle la puerta. Mientras tanto, hay que seguir muriendo cada día; para eso pagan y facilitan crédito. El compromiso de los muertos termina cuando regresan; el de los vivos, cuando se mueren de risa. En cada lugar hay un sitio que no nos deja ver y transparenta. Basta saber que nada llena las horas ni cobra cuerpo como la ausencia. Todo se va envuelto en la pérdida de sí mismo. En la precariedad señera, que es lo que queda, lo más excelso que se despacha. Se sumerge uno en la realidad, que no es mas que falsa apariencia. Murmullo sin voz. La paciencia que no se calma y languidece en una esquina cansada de esperar. Sí pasa nada. Pasa que la nada ya no pasa ni por su casa. Ni espera a ver pasar cadáver alguno de enemigo. Todo lo disuelve el tiempo sabiendo lo que hace, acomodando postreros equilibrios. Saborea la dulzura terrenal de no tener que ver con nada. El mundo, al final, es ancho y ajeno, que decía Ciro Alegría. Se adapta uno a lo que trasciende y aplasta; pero no a lo que precisas y no abarcas. La vida es incomprensible si te asomas a ella. El tiempo, en cambio, se desprende de tu lado para hacerte la vida dura y sin recato. Todo es un futuro lastrado de pretérito; de recuerdos pegados con gomina. El fondo disparatado de una idea que se quema al entrar en la atmósfera que la busca y repele al 50 por ciento de una locura. La única realidad es la de los sueños. No saber a qué viniste ni quererlo, si venir es lo que haces a destajo y fuera de contexto. Soñar cristaliza los nervios; la nebulosa del tiempo. Te lo llevas encima aunque no se deja. En este aparataje, respirar es milagro. Dan la vida para no saber qué hacer con ella hasta el ensalmo del misterio, el armisticio que disuelve la materia, y luego la derrota. Siempre habrá una sonrisa ciega que alumbra las flaquezas. Que lava la densidad específica de lo que no encuentras. Otro día de insatisfacción mineral; de extensa veracidad de lo inconcluso. Antes se decía ignoto.

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