¿Dónde duele más el alma que donde no se halla? El alma se alimenta de reflejos en busca del espejo que huye de ella como de la sombra. No se sabe de qué vale tener razón si la razón no colabora ni razona. Sólo tener razón a costa de no tenerla. ¿Cómo se apagan los recuerdos hasta hacer de ti pasto de olvido? Nada más perfecto que el hombre para ahondar la decepción. A la vida se viene a esperar que esté viva, que sería lo menos. Por eso la vida es la parte más dura de la vida. A fuerza de repetición, se convierte en cacofonía; fuelle sin viento. Calma sin recompensa y el helado amor de un recuerdo con goteras. La vida está para eso, para que no te enteres de la vida. Nada se aclara. Todo tiene la espesura del desconcierto, piensa el peregrino sumido en la fuerza de sus pasos; en el sopor del pensamiento molido. ¿Hay algo tras lo que piensa, en realidad? Los dichos de la vida. Parcelas mal vividas o asistidas, resumen de nociones atrapadas en la salsa de su propia inoperancia. Lo único claro, que la dislocación de conceptos obtiene lo que la ortodoxia: Nada que se sepa. Por eso se cree en el chispazo del encuentro; la novedad de lo que brilla y alecciona. Incluso las palabras sin peso ayudan a seguir adelante. Que para las otras está la mochila. La ilusión guarnece todo escarceo con el universo. De ellas se pliega el aire y retuerce una idea hasta pedir socorro y se libra de falsas adherencias. De las certidumbres vienen estos lodos. Nunca fue peor que cuando pusimos las verdades a peso y en remojo; las barbas dejadas de desfilar. En el juego de pareceres, el dislate es la aproximación máxima. Todo se vive y se revive en los demás hasta que se cansan y nos echan de su lado. Al final sólo quedan fuerzas para recordarlo. Planchar estabiliza: lamina los recuerdos. La vida, nadar en la noche sin más apoyo que el aturdido corazón (para quien sepa nadar y, más importante, tenga corazón). Descubres el corazón cuando te taponas los oídos y dejas de oírlo. En realidad, todo es demasiado triste para que lo hayas hecho tú solo. ¿Quién dice que hemos matado la Naturaleza? Las escaleras metálicas chirrían mejor que gaviotas en celo. Hace tanto tiempo de todo que uno ya no recuerda por qué era así. Mirar al suelo; lavarse los ojos en el cielo. Caminando despacio se llega antes atrás. No sé quién lo ha dicho, pero parece cierto. Aquí se viene, se ve y se vuelve. El Rubicón está pignorado. Lo más fascinante es la conversión de momentos patibularios en atmósferas auténticamente irrespirables. Crisálida que no se acompleja de nada. El destino del hombre, sufrir en propia salsa sin saberse cocinar. Por eso lo deja todo perdido. Epitafio: “A quien corresponda”. “Epitafio”: “Ya estamos aquí”. (Para un argentino): “¡Qué bueno que viniste!” La vida es lo aparente teñida de irrealidad. Te dan un ticket para enseñarlo a la salida que siempre pierdes. ¿Cómo decir sin tapujos que la distancia más corta entre dos tontos eres tú? Tiempo, Verdad y Espacio, tres divorcios distintos que se dan la espalda. El tiempo, el álbum de recuerdos que entierra en sus páginas. Lápida en fachada de edificio: “Aquí no vivió nadie importante; gracias a lo cual hemos sobrevivido”.