Difícil olvidar a Juan Ignacio, ahora un recuerdo. El Camino, la distancia entre desencuentros y algunos desafueros; el que dejas y el que sale al paso. El perro que acaba pareciéndose al amo. En nostalgia, el albergue es la piedra miliar que asegura que nunca más verás al que precede o retiene la desgana o el cansancio. Lo que impregna la parte itinerante de la memoria. Quizá todos los recuerdos hieran para que el último mate. Pero al chileno, miliarmente hablando, no volví a verlo. Camino de otra etapa rememoro lo que quise decirle, retenido por el chorro en esplendor de aquella fuente que atrapaba pasos y sentidos. La gota de lejía que quería contarle a alguien, sobre todo, sin haber ocasión para entenderla; que trastoca el velo del invierno que plancha las calles; engolfa la estación que sacude de hombros y recuerdos. Cómo llegar a eso lo saben las estrellas; las noches insomnes, la madrugada ociosa. La lágrima que satura el aire de oquedad y envuelve la membrana gris de la niebla, que se la traga. Así eran los inviernos antes de hacernos otros; en definitiva, nada más que olvido se intenta ser y no fuimos; pálidos restos de un trazado fallido; siempre lo más próximos que conseguimos atar a nosotros. Entraba como exhalación para remecer tu vida y albergarla en algo sólido de cabida. Encender neuronas. La lejía de marras se iba a quedar al socaire de la fuente que le vio partir sin hablar de nada como en rescate de un arcano; sin interlocutor válido. ¿Dónde estarán los cartageneros? ¿Otearía Paco Finisterre , a su lado Soledad en parihuelas? Tampoco hablamos de Los Dolores que capturó el primer recuerdo de la vida. El que ya no sale sino para adentro. El color se determina en la luz que cifra el tono; lo mismo dicen de la cultura, que es un timbre de voz. No sé qué redunda en el fondo del cansancio; qué tonalidad priva cuando parece que no sientes nada. Expresar lo que los dedos señalan a un objeto que no ves. Creer el rasgo que niega el sentido opaco al descubierto. El niño que mira por primera vez la vida a través de una ventana no se asombra de nada porque todo lo acepta y convida; aunque no se entienda. Subí a la cerca y miré el árbol. Por única vez los conceptos cobraban forma y ligaban una meta, saltar y agarrarse a la rama más próxima. Acto volutivo que estrenó la vida. Entre ambos cabía el abismo de ensayar un salto; el vacío creciendo tu adentro como sabandija que no sabe estarse quieta; que nació para eso.

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