Sería la hora de hacer más ruido; las cinco y media de los toreros en la plaza. Maitines que acompasa el fuelle de la tierra y ríe del afán humano; de cómo se colocan esperanzas en lugar baldío. Sondas de burla espeleológica. Habló al fin el mancebo cuando ya no esperaba respuesta, al creer que se había fosilizado como paso previo a remitirlo al museo. Palidecía a la sombra del pensamiento en flor. Reconocí el chasquido con que comienzan sus palabras para dejarlas sueltas, desbarrancadas; huidas con el eco de la duda como para no dar importancia. Al español agota tamaño esfuerzo léxico, la dulzura de aquellos pagos. En eso les va la vida que disuelven palabras en melaza: “Siempre pensé; desde chico; desde bien cabro”, soltó y se dio media vuelta. “Por la chucha”, como dicen allá; todo me recuerda Chile. Le vi alejarse. Luchaba con las correas del armario; tan grande que refulgía a sus pasos conforme el sol exageraba la nota. Abría la escena la camisa empapada. A mis consejos (nunca me sentí más importante), le dije que la colgara de la mochila por atrás para secarla. Le encantó la idea. Aprendía, sin duda. Sólo faltaban dos o tres generaciones para emplazarle en la tierra. Faltaba ver si llegaba vivo a Salas. Se le ilumino la cara como tarjeta de tratos con la vida. Dijo haber leído el dato en algún lado; lo de las pinzas, quería decir. Lo malo nunca pasa del todo.

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