No el que naces ni te nacen a cantazo rodado de la vida, sino salir cierto de lodos y malezas, caños de agua borbotando de las entrañas sabias de la tierra; ermitas, puentes devorados por la umbría, manchado; revestido de monte y árbol sano; del aire que los pájaros tejen en diapasón de armonía, plomo en tus alas, presto el cielo a convertir la lluvia otra vez en reguero de recuerdos. Ata las botas, aliado con la suerte que marchita. Causa dormida que se parte como rama asustadiza; reaviva el habla, ataja el alma que sale al Camino. Sonoro. Auténtico de vieja endecha. Todo trasiega memoria adventicia, lo absorbe, deglute y oculta; la inoperante costra y la sangre necia. La burda entelequia de la pequeñez a cuestas. Riega los sentidos, lo aplastado por ido y el plan que a cada rato se cae de las manos, las cuentas de la vida. Todo, suelo, barro, yerba o cielo, trastienda de memoria inquieta. Anaquel de minucias por la trocha, guijarros como ideas y miserias perfectas de cristal campanudo que engulle emblemas de conciencia. Todo se va perplejo, intacto; secuestra consejas. Se pliega la razón al paso lento, huérfano de bastión y meta; libre de andamiaje. Sin norte, la realidad que andas buscando. Un remezón y eres otro: rompes anclajes de vieja estofa, oxidadas verdades. Vuelven colores olvidados, olores de pozo de caudal señero; sentires que se pierden solos con ayuda de todos y acaban sin nombre, que es el lavado de etiqueta. El alma, algarabía de jaula abierta. Reluce el sol al socaire del que llevas dentro. Rebulle el pasado de luz de ciénaga que se ahoga o abriga en su covacha; o llueve y te pierdes por ti para hallar tu mota moldeada en barro de mejora. Baten vientos de olvido; de caricatura humana. Del estafermo que mina por dentro. Pasos sin peaje. Réplica al “No sé” del sentido de la vida y ancla que siembra de mayúsculas lo que tarda el remedio: el Camino. Uno nunca sabe qué será de uno. Te buscas porque no te encuentran. De hallarte tampoco sabrías quién fueras. Todo es así en la vida, disparatado y tan callando. Desconocido asomo y desconcierto. Nudo de sombra será que no brille. Como ser, ya es algo. Cuanto llevas dentro; lo que nunca encontró salida. Somos lo que nos deniega, lo que se ha deshecho. Lo que hace creer que existimos para algo y lo que no tiene remedio. Desplante de días en sueño de cartuja. Todo deviene en devaneo; lo que sea que no es cada momento, estaciones borradas antes de apogeo. Embeleso que acaba en embeleco. Cuchillo de los ríos en prisa de evacuar nostalgia del cielo. Nubes sin permiso de circulación. En miniatura, el hombre trasiega; perdido por el verde que lo absorbe todo. Pequeñas ermitas claman lo poco que hace falta para asir un arcano. Puentes exonerados de tiempo que la incuria del agua socava los cimientos y estrangula la maleza; ramas que filtran el avance de un riachuelo. Vuelves a perderte donde antes dejaste de encontrarte, porque nada ha cambiado. Ni la vaca al salir de la trocha que escancia el arroyo. Indaga como grave presocrático; rumiante y completa. Mide cocientes de inteligencia con ojos tan profundos que daña mirarlos; de ponerse en su lugar todo el día pastando. Juzgando solvencias. Sabrá la razón última de las cosas, digo la vaca, y sólo importe contemplar la nada con ojos como espuertas; que no mire nada. Que traspase la vida sin mover el rabo. Parece saberlo todo en su indolencia en paraje que nadie responde. Metáfora de la vida; elegía de no saber a qué carta jugar la embestida de la próxima media hora. El desastre que no despega hasta caer en los brazos amarillos de una estrella; su fulgor alcanza Santiago de Compostela. Pisas charcos, piedras enlodadas que apoyan el siguiente paso; ves la cuesta casi en pared que se te echa encima. Arrancas el bordón del suelo y vuelves al mismo sitio.

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